El resentimiento es motivo de admiración si adquiere la apariencia de
resistencia heroica, opina José María Romera. Re-sentirse es, en efecto, sentir de nuevo, prolongar la experiencia dolorosa sin permitir que caiga en el olvido, mantener la hostilidad hacia aquél o aquello que consideramos causante de nuestro infortunio, acota más adelante. Estar resentido contra un país opresor o contra el padre autoritario legitima cualquier manifestación de rebeldía y parece que otorga una especie de
superioridad moral
que agrega un suplemento de persuasión a los argumentos de la supuesta víctima. No olvidemos, prosigue Romera, "que el resentimiento adquiere la apariencia heroica de la resistencia,
el tono brillante de la
revolución".
Vivir en la queja permanente autoriza a creerse con una singular
fuerza moral que algunos interpretan como virtud y mérito. El resentimiento es la mejor herramienta de los mandatarios que quieren perpetuarse en el poder, aún en elecciones democráticas. Robert Solomon aduce que hay "terribles productos del rencor" que han aniquilado ciudades y aún imperios. El rencor unido al resentimiento es destructivo. El rencoroso puede llegar al extremo que llega Medea cuando decide asesinar a sus propios hijos con tal de hacer daño a su esposo Jasón. Solomon pone el ejemplo de los terroristas suicidas que por encima del fanatismo llevan impresa la marca de un
rencor resentido que les lleva a inmolarse en orgías de sangre. El resentimiento no nace de los pueblos sino de sus líderes que pretenden mantenerse en el poder y que se ha visto reflejado en la
Cumbre África-Suramérica, celebrada en la Isla Margarita, Venezuela, en la que los mandatarios no sólo fueron capaces de mostrar todo su resentimiento y rencor por no encontrar soluciones para sus pueblos, sino que también exhibieron su más exquisito
glamour.
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